La distancia que separa el presente del futuro se
mide de modos diferentes y en unidades de medida
variables en cada época. Ora el futuro parece estar
al alcance de la mano, ora se aleja hasta lo
inalcanzable. En ocasiones esta distancia se mide
en nano segundos, otras en años, décadas y siglos.
Los ingenieros intentan traducir la dimensión
temporal a otra espacial y determinar la distancia
entre presente y futuro con categorías físicas como
millas, horas, kilovatios, o con el tacómetro,
mientras que a los artistas les toca –no pocas
veces– registrar las ruinas que bordean ese camino.
Mientras que en el arte esta distancia es vivenciada
de forma extremadamzente subjetiva y no lineal, la
ciencia y la tecnología aspiran a la objetividad y
plausibilidad.
El temor al mañana o, por el contrario, su anhelo,
hará aparecer siempre al futuro en un matiz y
extensión diferentes.
El futuro como el gran relato del arte
Desde la perspectiva eurocéntrica la cronología en
el hemisferio occidental comienza recién en 1507,
cuando el nombre "América" aparece por primera
vez en un mapamundi de Martin Waldseemüller. Sin
embargo, el hecho de que el continente estuviese
poblado desde hace más de veinte mil años solía
ignorarse, entre otras cosas, porque durante la
conquista se destruyó una gran parte del
patrimonio indígena.
Ante esta aniquilación a gran escala de una historia
y un pasado, no es de extrañar que en Sudamérica
también el futuro haya tenido que aplazarse una y
otra vez. Esto es particularmente cierto para Brasil,
el eterno "país del futuro". Que en los últimos años
ese futuro haya logrado alcanzarse –quizás por
primera vez– se debe a un aceleramiento cultural en
el que colaboraron, entre otros, las bienales de arte.
De modo que estaremos bien aconsejados si
entendemos el futuro por medio de la visión de los
artistas.
Traspasando los hemisferios, la 2a Bienal de
Montevideo desplegará aquellos grandes relatos
que harán reducir, aumentar o incluso converger las
distancias temporales y espaciales entre los
continentes.
El título sugiere que en todos los momentos de la
historia el presente ha sido una proyección hacia el
futuro. Quizá el pasado y el presente no sean otra
cosa que una acumulación de futuros imaginarios
que entretanto alcanzaron los 500 años y se
encuentran divididos en dos mitades, porque en
Sudamérica siempre se tuvo que considerar o
incluso vivir la historia de Europa.
Hasta el tiempo fue importado de Europa. En el año
1650 el Rey Felipe III donó un reloj que fue creado
por los moros para la Alhambra, a la Catedral de
Comayagua (Honduras). Es considerado el reloj más
antiguo de América y todavía funciona
correctamente.
Una comparación de este antiguo reloj árabe con el
tiempo autoconstruido del proyecto Standard Time
de Mark Formanek es muy sugestivo. El primero
marca el comienzo de la mecánica moderna en
América; el último, el retorno consciente a formas
artesanales de producción. En el intento por
construir cada minuto con la ayuda de tablas de
madera, los trabajadores de Standard Time se
mueven permanentemente al borde del fracaso. Se
trata de una visualización del tiempo que –de
manera precaria– todos los días pretende construir
un puente entre el pasado y el futuro y que, no
obstante, debe ser actual y puntual. Un sólo error
interrumpiría para siempre el flujo inexorable del
tiempo.
Mientras que los llamados "medios sociales"
incrementan la velocidad, como si de esta forma
uno podría acercarse más rápidamente al futuro y a
otras personas, cada vez más artistas ven como la
tarea más noble del arte la detención del curso del
tiempo o, más aún, la posibilidad de construirlo
ellos mismos.
Por esta razón los artistas contemporáneos recurren
crecientemente a archivos de todo tipo que aluden
al pasado: objetos de otras épocas, fotografías en
blanco y negro de principios del siglo, películas
vintage y found footage de los inicios del cine,
entre otros. Ahora que todo ya ha sido fotografiado
y filmado, y porque se confía cada vez menos en las
promesas del presente, armar archivos parece
haberse convertido en uno de los procedimientos
más modernos. En estas obras se suprime la
habitual concepción lineal del tiempo y el progreso,
por lo que, en no pocos casos, el artista
contemporáneo llega tarde, procesando temáticas
antiquísimas.
El arte es una máquina del tiempo que pertenece
tanto a las eras más remotas como al presente y,
precisamente, la cercanía inesperada entre lo más
antiguo y lo más nuevo es una de las paradojas del
arte.